Mario Mario Canutillo era el nombre de un muchacho criado en las faldas de no pocas mujeres; su padre, mercero, cuidaba de él mientras trabajaba, por lo que estaba acostumbrado a los mimos que recibía de las voluptuosas clientas. A sus pocos años, estaba más que harto de jugar con sostenes, bragas, camisones y todo ese tipo de ropa interior, clásica o moderna, retraída o provocativa, recatada o generosa y de todos los colores y tallas. Más de una vez, mientras su padre colocaba agujas aquí y allá para ajustar una prenda, Mario ayudaba a sujetar y a medir. Su larga estancia en la mercería, desde casi recién nacido, le había proporcionado una experiencia y conocimiento asombrosos respecto a asuntos que, niños bastante mayores que él, ni siquiera podían imaginar. Sabía cómo era el tacto de unos enormes senos, el roce de su cara y labios con pechos desnudos era habitual, pero además, al ser Mario un chico tan supuestamente inocente y sacando...
¡Grande! Francisco de Quevedo.
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