CERONDO ONDUELA

CERONDO

              Asistí al sepelio de Cerondo una noche caliente y húmeda de verano en la ciudad desierta por el éxodo masivo a la playa. Contrariamente a lo que esperaba no había demasiada gente en el velatorio de un ciudadano con cierto renombre y con una trayectoria sumida en círculos culturales. Esperaba ver una vorágine de actores, directores, colaboradores, amigos y porqué no, alguna mujer madura con alguna secreta relación con el fallecido, tan hecho en el arte de la seducción como es de suponer en un escritor que tan buen uso hace de estas cosas que llamamos palabras. 
            Allí estábamos Gavio, Silas y yo conversando sobre temas que nada tenían que ver con el fallecido, solamente cuando me hablaba MJ de temas insulsos, intranscendentales, cotidianos y tediosos, podía yo llevar mi mente a los recuerdos y a la llamada de la nostalgia. Aún así esto sucedió en contadas ocasiones y en breve estábamos despidiéndonos quedando para la misa en su honor que se celebraría al día siguiente, jueves trece de julio a las seis y media de la tarde.
            Como tenía previsto, llegué tarde y ya casi todos los asistentes a la misa estaban dentro de la iglesia escuchando algo parecido a un sermón que predicaba un sacerdote amigo del Turco, por lo que era muy personal y heterodoxo. El cura del pueblo, haciendo gala de su reconocida fama de ininteligible lo siguió con un sermón ahora más formal y adecuado al caso y dentro de los cánones cristianos. 
Fue a mitad de la misa cuando subieron al altar cuatro jóvenes antiguos alumnos de Cerondo en su “Compañía de teatro de la infancia y juventud de Beniaján”, que él mismo creara veinte años atrás, y se dispusieron a recitar una poesía de Bertolt Brecht. Mientras se escuchaba ese pequeño homenaje, comenzó a envolver el templo un aire de intimidad, de complicidad que llegaba a todos los rincones de la iglesia y que hizo a todos los fieles mostrar un aspecto de profunda meditación. Todos mostraban un rostro grave, doliente y absorto como preso de emoción, incluso de llanto contenido. Aunque realmente no fuera así, en cada cara se veía una vuelta al pasado, como si estuvieran inmersos en repasar, racapitular, ordenar sentimientos que tenían que ver con el Turco; hacían juicio de su pasado y parecía como si intentaran cerrar heridas algunos, o simplemente recrearse en momentos que mezclaban placer y dolor y que nunca volverían.
En ese instante logré abstraerme de todo lo demás y fijándome en cada uno de los rostros intenté por un momento imaginar cual había sido la relación de estas personas con Cerondo Onduela.

Me pareció tan interesante que llegué a imaginar un posible guión de cine que por momentos se me escapaba, como se resbala un pez pesado cuando quieres apresarlo y se escabulle al mar.
La idea provenía de lo heterogéneo; de las distintas procedencias, de las diferentes edades, aspectos, ropas, zapatos, joyas, poses, maneras... pero sobre todo de esa luz que desprenden los ojos, de esas frentes arrugadas, de esos gestos. En esas miradas aparentemente ausentes quería yo indagar. Partiendo del retrato de un recuerdo de algún presente que involucrara a Cerondo se haría un sketch. Por ejemplo; veía a una mujer e imaginaba un momento de su vida en el que enamorada de él, viviesen acontecimientos emocionantes en los que estuvieran involucradas otras personas; una de estas personas secundarias estaría presente aquí y con ella comenzaría otro sketch en el que también aparecería Cerondo pero éste nunca sería el protagonista de estas sucesivas historias, es más, permanecería anónimo el nombre del fallecido desde el comienzo de la película, nadie sabría hasta el final que el muerto era El Turco.
Las primeras imágenes corresponden a un repaso de los rostros en el funeral, primeros planos intentando reflejar su interior; de forma rápida daría una imagen general de todos y cada uno de los asistentes y de la atmósfera que se respira, la iglesia, el silencio, las imágenes.
Inmediatamente después, la cámara se pararía en uno de esos rostros y nos trasladaríamos a un preciso momento de su vida en el que apareciese, pero no necesariamente de protagonista, El Turco; como ya he dicho, en ese pasaje intervienen otras personas entre las que al menos hay uno que está presente en el funeral. Estableciendo una continuidad en el personaje, que no en el tiempo, tras ese primer pasaje, nos centraríamos en el segundo protagonista y filmaríamos un segundo pasaje o sketch que de la misma forma, incluye al Turco, no como protagonista, y que también incluye a otros personajes de los cuales, uno de ellos está presente en el funeral y así sucesivamente hasta filmar al menos cinco sketchs que terminarían en uno, el cuál englobaría relaciones de todos los protagonistas con Cerondo Onduela y donde, ahora sí, se esclarecen y resuelven todas las dudas e incógnitas. Es necesario saber que no se debe centrar la atención de la película en resolver la identidad del fallecido; sí se puede incluir la resolución del enigma que rodea su muerte... pero lo principal y difícil es que cada sketch tenga valor propio donde se reflejen sentimientos, se pueda volver al momento del sepelio, del dolor; donde los acontecimientos se sienten en la expresión de los protagonistas...película italiana y director, ¿Por qué no? Giuseppe Tornatore.

El caso es que resultaba curioso, que en vez de pensar en El Turco, en vez de sentir tristeza o nostalgia mientras escuchaba oraciones por su alma, yo estuviera preguntándome qué coño hacía allí esa gente y porqué; los que lloraban y los que permanecían impasibles, los que rezaban y los que hablaban en murmullo, los que no imaginaba ni mucho menos amigos y los que eran probablemente parte de él mismo, en fin, alimentando mis hondas pasiones.
            Pero sí, me acuerdo del Turco y a mi forma, lo quería, lo respetaba y sabía que era uno de esos hombres raros por escasos, que dan más de lo que reciben y que tienen mucho que ofrecer, vital, impulsivo, hacedor, vividor, de esas personas que aman la libertad porque en muchos momentos han sentido su falta Hace más de veinte años aterrizó aquí desde Argentina, exiliado, víctima de torturas, con el teatro en el corazón y con la picha, como él hubiera dicho, con esperanzas, con proyectos. No vino a curarse, vino a seguir, vino buscando, eso sí, un hogar, y construyó uno para todos los que llamamos a su puerta.
Yo tuve la suerte de conocerlo y de gozar de su atención; siempre dispuesto a perder el tiempo con un niño, hablaba con nosotros y sobre todo nos escuchaba. Yo no estaba acostumbrado a que alguien tomara en serio a los niños y quizás eso es lo que más me gustó; saber que los niños existen, que tienen algo que decir, que son vulnerables y necesitan atención; que sufren, que sienten, que silencian y que podemos aprender y disfrutar mucho con ellos.
No termina aquí lo que quiero escribir sobre Edmundo Chacour pero es el momento de una parada y quizá en otro momento…      

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