ALICIA

Alice    
Alicia era la chica mas deseada del barrio, los chicos admiraban su belleza, sus curvas, sus redondeces, su manera de andar, su pelo... las chicas envidiaban su elegancia, su altivez, su éxito indiscutible entre las estudiantes de su curso, no sólo en resultados académicos sino también en esa facilidad de hacerse popular y querida por todos.
            En la escuela cuando era pequeña, en las funciones de teatro de fin de curso, se repetían sus actuaciones como Virgen María y Julieta y todavía hoy, a sus veintidós años, parecía una niña sacada de un cuento. 
     Envuelta en esa aura y fuera de alcance como detrás de un cristal, proponía toda clase de imaginaciones, deseos y sueños.
            Incluso, además, las madres de sus amigos alababan las incuestionables dotes de Alicia. El padre de Javi la confundía con una princesa y supo años atrás que traería de calle a  jóvenes románticos que se derretirían a su paso.
            Era al fin y al cabo un tesoro, un diamante con luz propia, era la gracia en persona; su andar no era andar sino flotar y cuando movía su cabeza para desenredar su cabello largo y liso era como si el universo se parara a contemplarla y como si ese instante fuese una eternidad. Era alta, bien y generosamente repartida y con piernas largas que elevaban su culo a otras esferas. 
            Pocos se atrevían a mirarla a los ojos, porque además de ser claros, entre verdes y azules, tenían una carga de personalidad que empequeñecían todo cuanto miraba.
            Raúl era consciente de todo esto y aunque estaba platónicamente enamorado y era cautivo de su belleza, se sentía incapaz siquiera de mirarla a los ojos o de hablar con ella; lo más que  había llegado a decirle se repartía entre alguna pregunta tonta y sin lógica y un saludo que buscaba siempre con ansia y que se reducía a un ¡hola! Y un ¡adiós! .
            Como ya te puedes imaginar, Alicia ignoraba el nombre de ese muchacho y nunca se había preguntado nada acerca suyo, a pesar de encontrarse “casualmente” con él en los lugares más insospechados; para ella era un chaval de grado superior al que saludaba amablemente en el jardín y la escuela.
            Para Raúl era distinto; día sí, día también esperaba verla pasar camino de la escuela. Tras su ventana, con los ojos alargados en la rejilla de la mallorquina, vestido y preparado, salía a su encuentro y tras un saludo se rezagaba voluntariamente para seguirla de cerca hasta el colegio. 

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